martes, 4 de diciembre de 2012


En esta época me acuerdo un montón de ti y, a pesar del tiempo que ya pasó desde que te fuiste, todavía te echo de menos. Llevo ya media vida sin ti. Pero todavía sigues en mi recuerdo. Todavía no he olvidado aquel día, el último día que te vi, se ha quedado clavado en mi retina. Yo te esperaba en el bar Armonía, aquel en el que tantos momentos felices pasé, aunque ese día no fue precisamente uno de ellos. Tardabas más de lo normal así que salí a la calle a ver si venías y efectivamente, ahí estabas, caminando hacia mí. Entonces una sonrisa iluminó mi rostro (y también el tuyo), fui corriendo hacia ti y te di un abrazo enorme. A veces me pregunto si aquella impaciencia por verte y ese recibimiento tan efusivo fue debido a que de algún modo sabía que algo iba a pasar aquel día o simplemente fue casualidad o ilusión e ímpetu. Ímpetu porque ese día íbamos a ir a comprar mi regalo de comunión, a la que tú ya no pudiste ir aunque sé que te encantaría haber estado, en la comunión de tu querida niña, la más pequeña. Tampoco pudimos ir a comprar nada y no sabes lo que me costó ir un tiempo después, de hecho no quería, pero no me quedó otra... no quería si no era contigo, no me tenía sentido, pensaba que tú tenías que estar a mi lado y no lo estabas, ya nunca más lo estarías... Después de aquel abrazo fuimos juntos para el bar y nos sentamos, yo estaba en frente de ti, jugando con unos lápices, la verdad es que en aquella época me entretenía con cualquier cosa. Pero en ningún momento te perdía de vista, controlaba todos tus movimientos, estaba pendiente de todo. De repente noté algo extraño en ti, yo no sabía qué te pasaba, pero sabía que algo sí. Vi como empezaste a ponerte nervioso y de repente... de repente te caíste. Me quedé mirando asustada y no podía entender nada, me quedé totalmente impactada. Me costó un buen rato reaccionar y entonces... ¡entonces se me cayó el mundo encima! No sabía qué hacer, no sabía si esconderme, si llorar, si ir a junto tuya, si salir corriendo... La verdad es que en ese momento no podía pensar nada... Entonces papá me acompañó a fuera para que no viera aquello y se tuvo que volver para dentro para ayudarte y yo estaba allí sola sin saber qué estaba pasando dentro, pero lloraba, las lágrimas no paraban de salir de mis ojos. ¿Pero sabes qué? Mi padre te salvó, como un héroe, si no hubiera sido por él, para cuando la ambulancia llegara ya habría sido demasiado tarde. A pesar de todo, yo nunca más pude volver a estar contigo... Pero me quedan un montón de buenos recuerdos tuyos y eso me tranquiliza. Muchas veces, cuando compro una prenda de ropa colorida me acuerdo de ti, "esto le gustaría al abuelo" pienso, porque sé que no te gustaban nada los colores apagados y te encantaba verme con ropa lo más colorida posible, con colores alegres, alegres como yo, aquella niña que siempre te sonreía con admiración.
Todavía tengo aquel osito blanco de peluche que una tarde me regalaste, ¿y sabes qué? Se ha convertido en mi favorito. No sabes la cantidad de veces que dormí con él. Lo abrazaba con mucha fuerza, aunque a veces cuando me despertaba estaba en el suelo... Cuántas lágrimas derramé en él... También tengo la muñeca de porcelana, esa no me gustaba tanto, me daba miedo, aunque ahora la guardo como un tesoro.
Pasaba mucho tiempo contigo. Me acuerdo de aquellas tardes, aquellas tardes en las que yo esperaba ansiosa tu señal, tu señal que me indicaba que era la hora del paseo. Entonces me levantaba rápidamente y preparábamos la bolsita de pan para los patos y las palomas con la abuela. Cuando todo estaba listo allá íbamos, hacia el parque Rosalía de Castro. Me sentía la más afortunada cuando iba a tu lado y me dabas una seguridad que no soy capaz de explicar. También me fijaba en que no había un solo día en el que pasaras sin coger una hoja de laurel, la acercaras a la nariz e inspiraras fuertemente tratando de atrapar todo ese maravilloso olor que tú mismo me enseñaste a apreciar. Cada vez que paso junto a uno de eses arbustos no puedo evitar arrancar una hoja y quedármela hasta que la gasto de tanto olerla. Después de todo el recorrido nos sentábamos un poco en un banco porque tú te cansabas. Yo intentaba convencerte de seguir caminando, quería que me siguieras enseñando cosas, seguir investigando, me sentía como una exploradora, pero acababa cediendo y hasta en ese momento hacías que estuviera entretenida. Dibujábamos con tu bastón en la arena y escribíamos nuestros nombres dejando nuestra huella y cuando nos íbamos siempre esperaba que al día siguiente siguieran allí, pero siempre desaparecían y había que volver a escribirlos.
Daría cualquier cosa por poder bailar contigo este fin de año como lo tengo hecho otras veces. Siempre me cogías y ponías mis pequeños pies sobre los tuyos y por un momento hacías que me sintiera como una buena bailarina aunque en realidad fuera un desastre.
Siempre te recordaré cantando, ¡cómo te gustaba! Y cómo me gustaría a mí volver a escucharte dedicándome una de aquellas canciones a tu manera tan peculiar, como la de "cielito lindo". ¡Cuántas veces me la tienes cantado y qué ilusión me hacía!
Siempre te querré abuelo, gracias por aquellos días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario