Martes. De repente se
paró a pensar. Cómo corre el tiempo, se nos escapa de las manos casi sin que nos
demos cuenta. Más de un año. Ya ha pasado más de un año. Un verano desde entonces, al completo. También unas Navidades.
Y aquí sigo, viva, encontrándole
sentido a la vida, ¡quién lo diría! Y sí, es cierto eso que dicen de que existen personas que
nos dejan huella y otras que nos marcan para toda la vida. Te queda una huella,
una herida al principio que poco a poco cicatriza. Al final solo quedará una
pequeña marca que a veces puede que escueza un poco, como cuando una persona,
después de una operación o un accidente, puede notar cuándo el tiempo va a
cambiar porque un dolor le aparece en la cicatriz, aunque normalmente no le duela. Pero aprendes a convivir con
ello, porque no te queda otra, aprendes a ser feliz, a volver a vivir. Y digo “volver
a vivir” porque puedes pasar un tiempo sin vida, estando vivo en el sentido de
que no estás muerto, pero no tener más que eso, vida sin vida. Cuando pierdes a
alguien, cuando te tienes que deshacer de un sentimiento como puedas porque no
te queda más remedio, cuando sufres, cuando no tienes ganas de nada y algo te
impide respirar con normalidad, puedes llegar a sentir que quieres desaparecer,
desaparecer como lo hacen las palomas en los míticos trucos de los magos, te
gustaría desaparecer, cerrar los ojos y de repente… no estar, simplemente eso.
También puedes pensar en dormir y dormir y no despertar, pero ni en los sueños
te libras de los sentimientos y preocupaciones. Yo, por suerte, siempre he
tenido a gente que tiró por mí cuando yo no podía, en ese mismo momento en el
que deseaba que apareciera un mago que me hiciera desaparecer. Esa gente, la de
verdad, me ha enseñado que siempre hay algo que merece la pena aún cuando lo
ves todo negro. En esas circunstancias tratas de sacar fuerzas por ellos, por
los que están a tu lado, y quieres creer lo que te dicen, que volverás a estar
bien, pero, como he dicho, quieres, no te lo acabas de creer por más que lo
intentes. Hoy, a tal momento, puedo decir que tenían razón, que se puede
revivir. Y digo esto por lo que he vivido y lo que he visto. Después de la
tormenta siempre sale el sol, tal vez el cielo esté un poco nublado al
principio, pero el verano acaba llegando.

Puedo decir también que cada caída te hace más fuerte. Puede parecer una comparación un tanto estúpida, pero es como cuando empiezas a escribir, al principio, cuando escribes mucho duele y el pobre dedo corazón sufre, pero poco a poco se va acostumbrando, se crea un pequeño callo y deja de doler, al menos no tanto. Cuando haces un comentario de texto de filosofía en noventa minutos en el que tienes que rellenar cinco hojas por ambos lados, sales con un dolor de mano increíble y después, lo que antes te parecía escribir mucho y rápido no te parece para tanto. Siempre recordarás aquella vez y tampoco olvidarás que tu mano se recuperó sin problema.
Empiezas a ver las cosas desde otro punto de vista, como cuando desde un sitio ves el sol perfectamente y desde otro solo ves las nubes un poco iluminadas.
Empiezas a ver las cosas desde otro punto de vista, como cuando desde un sitio ves el sol perfectamente y desde otro solo ves las nubes un poco iluminadas.
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